La infinita sensibilidad del Ego
Cuando era joven, una mirada o un tono desaprobatorio me podían arruinar el día. Si un grupo se reía a mi espalda, creía que era por mí. Cuando no me invitaban a algún lado, era porque yo era mala o no me lo merecía. Tenía que ser perfecta para que me quisieran. Está de más decir que la mayoría de todo esto estaba en mi imaginación, mejor dicho en la imaginación de mi Ego.