La Violencia. La paz es el fruto de una reconciliación.
La reconciliación se consigue individualmente. El campo de resonancia creado por los individuos que se reconcilian atrae a otras muchas personas, haciéndoles cada vez más fácil esta reconciliación.
La nueva paz es siempre diferente de la anterior, a un nivel de desarrollo humano superior. Nos resistimos precisamente a ella por el nivel de exigencia, superior al que nos habíamos acostumbrado.
Para poder reconciliarnos con otros hace falta una división de opiniones. Confrontación que se va a transformar en deseo de superar la lucha de poder entre las dos tendencias, cada uno valorando aspectos de los valores ajenos y cediendo en una parte importante de los suyos.
Se trata de una actitud de mucha autodisciplina, lucidez y humildad, ya que el punto de partida es renunciar a nuestra convicción íntima de que nosotros tenemos la razón, es decir, de que yo como individuo necesito renunciar a tener la razón y me permito descubrir la verdad del momento aliándome con mi contrincante.
No es necesario de que el otro entre también conscientemente en esta búsqueda de concordancia. Los opuestos están unidos por el mismo hecho de su rechazo mutuo. Si uno se vuelve más agresivo en su rechazo del otro, ese último también se radicalizará. Por el contrario, si uno empieza a respetar al de enfrente, ese mismo pierde interés por la confrontación con el primero.
Respetar significa “volver a mirar”, es decir “mirar con interés”. Abrirse al otro, sin prejuicio, aceptar que el otro vale tanto como nosotros.
La violencia de uno es consecuencia del fracaso de los dos por respetarse.
Si bien es necesario que haya algo diferente, una oposición, una polaridad con las que armonizarnos para crear una nueva paz, el hecho de que una de las partes llegue a la violencia habla de un fracaso en la vía del crecimiento. La violencia de una parte llama a la violencia de la otra parte.
La violencia
Uno levanta la voz cuando de repente se siente perdido, a merced del otro.
• Cuando se cree sin recursos.
• Cuando una memoria infantil de impotencia paraliza su capacidad adulta de adaptarse de un modo creativo a la nueva situación.
• Cuando el otro le hace de espejo. Sólo enfada la gente que nos muestra lo que rechazamos de mismos.
• Cuando él magnifica la dificultad para justificar su incompetencia.
• Cuando renuncia al esfuerzo adulto de ver al otro como a un semejante.
• Cuando decreta “o yo o los demás”, “mi supervivencia está en peligro por la existencia del otro”.
• Cuando se oculta a si mismo su miedo a no ser visto, a no ser amado, a no ser estimado o a ser traicionado y decide aniquilar todo aquel y aquello que le recuerde ese miedo.
Brigitte Champetier de Ribes, febrero 2021
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