Mi relación con mi pareja es el resultado de mi relación con mis padres.
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Juegos de manipulación. Soltar los campos de memoria.
Quiere decir que la pareja es una relación necesaria para ambos sistemas familiares: ambos miembros de la pareja pertenecen, de ahora en adelante, a una nueva comunidad sistémica, creada por la fusión de sus sistemas de origen. 

Por lo que los miembros de la pareja necesariamente son el pasado, el pasado distorsiona nuestra percepción del presente. Este pasado suele ser el de nuestro sistema familiar, el de nuestro sistema social, ideológico o religioso, como el de nuestra infancia.

En la infancia, la relación simbiótica con la madre necesariamente tuvo carencias. Al crecer, el individuo, tanto hombre como mujer, busca una nueva relación simbiótica ya adulta y sexual, en la que proyectará lo vivido en la infancia para reproducirlo como patrón, y simultáneamente intentar resolver lo que quedó pendiente con su madre cuando era pequeño.  Pero ese intento está abocado al fracaso. La adultez será aceptarnos como somos.

Ese intento de resolución del pasado es la base de la manipulación y existe en todas las parejas, pues es constitutivo de ese espacio de intimidad.

En la manipulación dejamos de estar en el adulto y nos dejamos arrastrar por los roles de víctima y perseguidor, con los que intentamos hacer responsable al otro de nuestra carencia.

Por eso la manipulación es fundamentalmente deshonesta. En cuanto uno de los dos se da cuenta del “juego”, éste cesa.
La pareja es una comunidad de destino, complementarios.
La responsabilidad de todo lo que viven dentro de la pareja es compartida al cincuenta por ciento por ambos, incluido la manipulación y la violencia. 

En nuestra sociedad occidental uno no está obligado a permanecer con su pareja si se lleva mal con ella. Si se quedan juntos, aunque la pareja vaya mal, es que ambos encuentran beneficios secundarios al maltrato mutuo.

Llegar a la intimidad con alguien es el deseo profundo de casi todos los seres humanos, por la añoranza que tenemos de este primer periodo en el que vivimos en intimidad total con nuestros padres, sobre todo con nuestra madre durante los primeros meses de vida. Y nos encontramos con que ese deseo es realmente difícil de cumplir. No nos damos cuenta de que se trata de un objetivo que alcanzaremos progresivamente, paralelamente a un gran desarrollo personal y una inmensa purificación.

Llegar a la intimidad no depende de la otra persona y de sus “malos hábitos”, depende únicamente de nosotros.
Sin embargo, antes de conseguirlo, necesariamente nos enfrentamos con las carencias del pasado, y la primera reacción es hacer a la pareja responsable de esta carencia, ya que la vivo hoy. Dimitiendo de nuestro estado adulto, nos ponemos en dependencia del otro y exigimos de él que resuelva lo que nuestros propios padres fueron incapaces de resolver.
La espiral en la que entramos empieza en la pasividad frente a mi propia necesidad, transfiriendo al otro la capacidad de resolver mi pasado. Luego esta dejación ante mis carencias me lleva necesariamente a actitudes agresivas, cuya violencia va a ser más o menos encubierta, a no ser que decida hacerme cargo de mis frustraciones y, sorprendentemente, el otro, por resonancia, empezará el mismo camino de hacerse responsable de sus conflictos y frustraciones.

Brigitte Champetier de Ribes