VINCULO CON MIS PADRES
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Mientras reparaba el vínculo con mi madre, empecé a reconstruir también mi relación con mi padre.
Mi padre había trabajado en la construcción y había sido sargento en la Marina. Vivía solo, en un apartamento pequeño y destartalado, el mismo en el que llevaba viviendo desde que se divorció de mi madre cuando yo tenía trece años, y no se había molestado nunca en reformarlo. Como siempre, había herramientas viejas, tuercas, tornillos, clavos y rollos de cable eléctrico y de cinta adhesiva dispersos por las habitaciones y por el pasillo. Cuando estábamos juntos en aquel mar de hierro y acero oxidados, le dije que le echaba mucho de menos. Fue como si las palabras se evaporaran en el vacío. Él no supo qué hacer con ellas.

Yo había anhelado desde siempre estrechar mi relación con mi padre; pero ni él ni yo habíamos sabido hacerlo. Sin embargo, aquella vez seguimos hablando. Le dije que le quería y que había sido un buen padre. Le conté los recuerdos que tenía de las cosas que había hecho él por mí cuando yo era pequeño. Sentía que él escuchaba lo que le estaba diciendo, a pesar de que sus actos daban a entender lo contrario (se encogía de hombros, cambiaba de tema…). Tuvimos que pasar muchas semanas hablando y compartiendo recuerdos. Una de las veces que estábamos comiendo juntos, me miró fijamente a los ojos y me dijo: «Nunca creí que me quisieras». Me quedé casi sin respiración. Estaba claro que los dos teníamos dentro un gran dolor acumulado. En aquel momento, algo se rompió y se abrió. Eran nuestros corazones. A veces, el corazón debe romperse para poder abrirse. Con el tiempo, empezamos a expresarnos nuestro amor mutuo. Yo veía ya los frutos de haber confiado en las palabras de los maestros y de haber regresado a mi casa para curarme con mis padres.

Estaba siendo capaz por primera vez, que yo recordara, de permitirme a mí mismo recibir el amor y el cariño de mis padres; no del modo que yo había esperado en otros tiempos, sino del modo en que ellos eran capaces de dármelo. Algo se había abierto dentro de mí. No me importaba cómo podían o no podían quererme. Lo que importaba era cómo podía recibir yo lo que ellos podían darme. Eran los mismos padres de siempre. La diferencia estaba en mí. Volvía a quererlos, como debía de quererlos cuando era muy pequeño, antes de que se produjera la ruptura del vínculo con mi madre.

Mi separación temprana de mi madre, además de otros traumas semejantes que había heredado yo de mi historia familiar (más concretamente, el hecho de que tres de mis abuelos habían perdido a sus madres respectivas a edad temprana, y el cuarto había perdido a su padre siendo muy pequeño, y había perdido también, entre el dolor, una buena parte de la atención de su madre), había contribuido a forjar mi lenguaje secreto del miedo. Por fin, las palabras solo, desvalido y arruinado, y los sentimientos que habían acompañado a estas palabras, empezaban a perder la capacidad de llevarme por mal camino. Se me estaba otorgando una vida nueva en la que destacaba mucho mi relación renovada con mis padres.

Estaba siendo capaz por primera vez, que yo recordara, de permitirme a mí mismo recibir el amor y el cariño de mis padres; no del modo que yo había esperado en otros tiempos, sino del modo en que ellos eran capaces de dármelo. Algo se había abierto dentro de mí. No me importaba cómo podían o no podían quererme. Lo que importaba era cómo podía recibir yo lo que ellos podían darme. Eran los mismos padres de siempre. La diferencia estaba en mí.

Extracto del libro:
Este dolor no es mio
Mark Wolynn