Lecciones de Amor y Terapia en la Entrevista a Bert Hellinger
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Entrevista de Johannes Kaup con Bert Hellinger para el ORF* en Viena el 6 de Julio de 1999
(* Oesterreichischer Rundfunk – Radioemisora de Austria)

En el enamoramiento tengo una imagen del otro sin conocerlo. Aún no lo veo. Veo una imagen deseada, en gran medida. Cuando luego se da la plenitud, de a poco uno comienza a ver al otro tal como es realmente. Asentir a eso, asentir al otro tal como es, con su grandeza y sus debilidades, eso es el amor. En el enamoramiento asiento al otro tal como yo me lo imagino, no tal como es. Por eso el despertar del enamoramiento es una condición previa para el amor. Eso que usted decía, eso de que uno puede recordar el comienzo, eso por supuesto es lindo. Fecunda al amor por la dicha del comienzo. Cuando ahora uno une eso, el mirar al otro tal como es, el asentir al otro tal como es, con ese recuerdo de esa dicha temprana, se logra desde ya un efecto estimulante y también es sanador.

¿Cuáles son los problemas más importantes que usted encuentra en la terapia de pareja? ¿Cuándo dos personas se han encontrado, cuándo han compartido algunos años, pero luego tal vez despiertan asustados y el golpe en la nuca es: Jamás me imaginé que eras así, así en realidad no quiero convivir contigo? Eso puede ser una catástrofe. Esas personas entonces van a verlo. ¿Puede mencionar algunos ejemplos cómo es eso y cómo uno puede proceder terapéuticamente, cuáles son los órdenes a descubrir aquí?

Las soluciones siempre se encuentran más allá de lo inmediato. Si yo miro al otro sólo como una persona individual, ahí se da ese despertar. Si lo veo enlazado en su familia, y si sé algo de implicaciones o enredos, entonces veo que no puede ser diferente a lo que es.
Aquí tuve un ejemplo. Un hombre a menudo es violento. Pero no se descarga con su mujer, sino con objetos. Le pregunté: ¿Qué sucedió en la familia de origen? El abuelo era encargado de un campamento en Yugoslavia y dirigía un campo de prisioneros. Para mí queda muy claro: eso no podía terminar sin algún crimen. Ese abuelo se suicidó al finalizar la guerra, eso también es significativo. Luego configuré un representante para el abuelo y cuatro representantes para las víctimas. El representante del abuelo comenzó a transpirar, transpiró totalmente su camisa. Luego le pedí ubicarse al lado de las víctimas. De repente quedó claro que ese era el lugar en el que debía estar. Antes le había dicho al hombre: Tienes una mirada extraviada. Respondió: Nunca nadie me dijo eso. Le dije: Yo veo eso. A continuación tomé a uno de los representantes de las víctimas y al representante de su abuelo, los coloqué uno al lado del otro y le pedí a ese hombre que apoye su espalda en ellos dos y lo alenté para que permitiera que en él confluya lo que pertenece a ambos, es decir el sentimiento de perpetrador y el ser perpetrador y el sentimiento de víctima y el ser víctima, hasta que en él se conviertan en una unidad. Luego le indiqué girarse, abrazar a ambos y permitir que confluyan para convertirse en uno. En ese instante sucede algo que ya no hace posible esa violencia en él porque lo ha visto en ese contexto. Ahora puede dejarla en donde pertenece, con su abuelo. Y puede dejar que los muertos estén entre sí y ahora puede dedicarse a su mujer.

Insisto una vez más con la pregunta: ¿Cómo describiría la dinámica que hace falta  cuando alguien va a verlo y dice: Queremos hacer algo por nuestro matrimonio pero no podemos, no sabemos qué hacer? Ahora tenemos en claro que nuestra relación en realidad se construyó a partir del enamoramiento, se construyó en base a una imagen. Así no nos soportamos, o yo no soporto a mi mujer o la mujer no soporta al hombre así. ¿Hay entonces una solución más allá de la separación?

Depende. Si uno de ellos ha lastimado seriamente al otro, por ejemplo si el hombre exhortó a la mujer a abortar un hijo de ellos y la mujer no quiere hacerlo, eso constituye algo de tanto peso que a menudo la separación es inevitable.

¿Con qué tiene que ver eso?

Es una herida que ya no puede ser sanada. Hay actos que tienen consecuencias que ya no se pueden revertir. Eso debe ser reconocido. Eso por supuesto también va en contra del concepto generalizado de que se puede y debe solucionar todo. Por el otro lado, a veces es necesario saber acerca de la implicación. Allí donde ese saber no está y dónde tampoco existe la disposición a seguir y tal vez sacarlo a la luz, la separación es inevitable. Pero la separación no es una solución porque en la próxima relación todo continuará de la misma manera. Es decir que la separación es una huída de aquello que la vida en definitiva exige de cada uno.

¿Por qué eso es así, por qué esa dinámica sigue actuando en la próxima relación?

La relación tiene un aspecto muy importante. Resulta que es una organización en contra de la muerte. Todo eso está al servicio de mantener la vida. Por ese motivo, ni bien hay hijos, la finalidad y el sentido de la relación se acabaron. Aquellos que tienen hijos o quieren tener hijos con ello demuestran que son conscientes que ellos también se acaban. Esa mirada al final es muy importante. Entonces uno se va despidiendo lentamente. Doy un ejemplo: en un curso hay un matrimonio muy anciano, y la mujer dice: El hombre tiene cáncer y ahora tiene metástasis. Quedaba muy claro que no iba a vivir mucho más. Tenía más de setenta años. Luego les pedí que se sentaran uno al lado del otro y se miraran a los ojos y dije: Está muy claro, ahora es el momento de la despedida. Toda relación se dirige hacia el final. Ambos se miraron cariñosamente y la mujer lloraba. Indiqué a la mujer que dijera al hombre: “Me quedo contigo el tiempo que me sea permitido” y el hombre a la mujer: “Me quedo contigo el tiempo que me sea permitido”. Había un amor increíble entre ellos dos, de cara a la despedida y a la muerte.
Eso tiene una grandeza que va mucho más allá que cuando alguien piensa: Ahora busco una nueva relación y comienzo de nuevo. Desconocen totalmente que todo se dirige hacia un final.

Pero eso es terriblemente difícil para algunos porque es posible que para la madre no resulte razonable que debe honrar a su propia madre. Sobre todo no razonable cuando tal vez su madre la golpeaba o menospreciaba o no la aceptaba en su ser mujer y. por así decirlo, su propia historia de culpa está enraizada en una historia de culpa.

Usted vuelve a llevarlo a una relación de dos. No es una relación de dos personas. En las familias y en las parejas no hay una relación de dos. Siempre son relaciones entre sistemas. Mientras yo siga fijo en una relación de dos, no hay solución. Todo buen consejo a la madre y todo buen consejo a la hija no aportará ningún resultado. Doy un ejemplo: Una mujer que ni siquiera conozco me escribe una carta. Es la segunda mujer de su marido y juntos tienen una hija que no quiere saber más nada con sus padres. Rompió todo contacto. Fue entonces que se le ocurrió que tal vez había que ordenar algo con relación a la primera mujer de su marido y con relación al padre de su marido. Ambos eran despreciados y excluidos. Entonces al atardecer encendió una vela, hizo una profunda reverencia ante la primera mujer de su marido y dijo: “Ahora te doy la honra.” La noche siguiente hizo lo mismo con el padre del marido. Encendió una vela, hizo una profunda reverencia y le dijo: “Te honro”. Pocos días después llamó la hija: “Mamá, voy para allá.” Fue, estaba sumamente feliz, no dejaba de expresar lo hermoso que era estar en casa, y de esa manera todo se ordenó.

Pero usted conoce la experiencia de que sólo es posible odiar a aquél que también se puede amar. Creo que no puedo odiar a nadie tanto como tal vez a mi propia mujer. Y tal vez tampoco amar a nadie como a ella.

Ese odio es un sentimiento infantil. Los adultos no odian en ese sentido. Sólo odian cuando se sienten como niños, o sea cuando se sienten impotentes como niños. Por ese motivo un hombre no puede odiar a su mujer. Puede transferir a ella algo de la infancia. Pero eso es algo completamente diferente. Pero reducir esto sólo a un comportamiento no funciona. La solución sencilla entre padres e hijos es que los hijos reconozcan: “Tengo la vida a través de ustedes. Ustedes son mis padres y ahora los tomo tal como son, como mis padres correctos.” De esa forma el hijo está en paz consigo mismo. Así entonces también puede tomar todo lo demás que los padres le ofrecen. A menudo tenemos la loca idea que podríamos tener padres diferentes, o que los padres deberían poder ser diferentes de lo que son. En ese momento el hijo se vuelve totalmente estrecho. En el fondo se vuelve loco. Muchas pretensiones frente a los padres en realidad son pretensiones locas que los padres tampoco jamás podrían cumplir. Incluso si ahora intentaran cumplir con esa exigencia, el hijo no la podría tomar porque esa pretensión proviene de otro nivel. En realidad el hijo no pretende nada de los padres en ese sentido, ahí actúa una dinámica totalmente diferente. Lo que además es importante en relación a lo que usted decía antes acerca del odio hacia los padres: Un hijo que odia a los padres se castigará severamente. Porque la profundidad del alma jamás lo permite. Es tal violación del orden que no es posible. Y es típicamente occidental. Yo, por ejemplo, con los zulúes jamás vi que alguien hablara de forma despectiva de sus padres. Eso era impensable. Ellos todavía podían ver lo que significa recibir la vida de los padres.

Para terminar, ¿diría usted que el amor es algo diferente a un sentimiento, ya sea que se trate del amor a una pareja o del amor a los padres o del amor a los hijos, que el amor es algo así como un sintonizarse y un vibrar en consonancia con una corriente de fondo de todo nuestra existencia, que nos sostiene?

Exactamente. Usted lo ha dicho de manera muy hermosa. Junto al confluir con esa corriente de fondo se une que el amor sigue un orden. El orden y el amor van juntos. Y resulta que el orden va primero. El amor está al servicio de ese orden más grande. Cuando el amor se adapta a ese orden, es cuando mejor se puede desplegar dentro de ese orden.

Gracias por la conversación.